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Mostrando las entradas de diciembre, 2017

Ciertas cosas

Es mejor hablar de las cosas rojas de frutas o sangres de flores silvestres de plumas de gallo que clavan sus uñas en rondas de tierra. Es mejor hablar de huesos que crujen rotos por las manos de los días de antes, de árboles secos, de plumas ausentes, de estrellas que han muerto, de tripas revueltas, de óxido y náusea. Es mejor contar el moho en los panes, el arroz pasado, lo agrio del vino. Queda tanto mejor en los poetas hablar de las aves de las alas truncas, de las manchas tristes que adornan las manos del que aún no ha muerto. Y yo sin embargo escabo en el hueco caliente en tu boca que sabe a durazno que luce turquesa que huele a madera que suena a orilla y hamaca los peces.

La caza del pez

Y el agua vació los ríos, partieron bajo el sol las sombras, arrastrándose en dos patas, abriendo grande las bocas para dejar entrar las luces. En la noche blanca y sucia gritó el silencio de los metales, el búho cerró los ojos, callaron los grillos y los lobos. Tendrán que cruzar el campo a nado, cosechar el barro seco y entre el trigo azul comer la niebla, hasta que se angoste la amenaza. Vienen los cazadores llenos de hambre, anotarán entre sus hazañas la viva muerte de estas horas. Pero antes han de acariciar sus armas como si besaran el alma de un niño. Se oye el color de sus pasos chapotean en la arena clavan algodones en la orilla del cielo resbaloso que ha quedado. Las manos se les alivian cuando los relojes vuelven hacia atrás su marcha. Hay todo el tiempo en ese instante. Será una noche larga para los presos del viento que irán entre las piedras ahogándose los huesos. Los peces florecerán con alas ...

Los perros

Uno. Ladraban su hambre parados enclenque, masticando la espuma de sus propias bocas, rasguñando los huesos de otros días, huyéndole  al frío que vino de repente como acordándose de que todavía era invierno. Moviéndole la cola a una esperanza hueca y amarilla, se morían los perros, aturdidos por dentro con ruido de tripas. Volcados por los vientos, dormidos sin sueño, temiéndole a la lluvia y a los otros perros. Volvían de la madrugada, pulguientos, a esconderse en los pozos de tierra en los que habían nacido. Se lloraban a sí mismos y se lamían los dientes, unos a otros. Y si a veces los llamaba el instinto y tenían que montarse o dejarse montar cumplían los rituales. Brutos, desgarrándose y ardiéndose y frotándose en el pasto. Vivían por puro pudor y de hambre. Dos. Si dormían se amontonaban y soñaban  que despertaban en verano temblaban cuando los corrían los fantasmas hasta los bordes del vértigo y en la justicia de los sueños eran absueltos del...

La niña y el oso

I. Una niña y un oso: la niña sentada el oso de pie, la niña tocando el pasto el oso tocando el aire, la niña cortando flores lamiendo el jugo de los pétalos oyendo el viento manchando su ropa, la niña oliendo el sol con los ojos el oso oliendo su hambre. II. Cuando hay brisa el lomo del oso es una pradera y el pelo de la niña un sauce, debajo del lomo del oso la piel hierve la piel de la niña se crispa. Un sólo viento se ensancha entre su sueño, sueña el oso que el frío acaba la niña sueña que un oso abriga su noche. III. La miel despierta al tocar las lenguas entre el calor oscuro de las bocas. El pez tiembla contra las muelas sala los labios. Jugo del sol carne del agua; cruza agridulce calma del cuerpo. Paz de la guerra. IV. El oso mira dormir a la niña la niña parece muerta sobre la piedra, el oso dibuja el vestido azul de la niña con un dedo borda las puntillas blancas descalza sus pies pequeños...