Los perros
Uno.
Ladraban su hambre parados enclenque, masticando la espuma de sus propias bocas, rasguñando los huesos de otros días, huyéndole al frío que vino de repente como acordándose de que todavía era invierno.
Moviéndole la cola a una esperanza hueca y amarilla, se morían los perros, aturdidos por dentro con ruido de tripas. Volcados por los vientos, dormidos sin sueño, temiéndole a la lluvia y a los otros perros.
Volvían de la madrugada, pulguientos, a esconderse en los pozos de tierra en los que habían nacido.
Se lloraban a sí mismos y se lamían los dientes, unos a otros.
Y si a veces los llamaba el instinto y tenían que montarse o dejarse montar cumplían los rituales. Brutos, desgarrándose y ardiéndose y frotándose en el pasto.
Vivían
por puro pudor y de hambre.
Dos.
Si dormían se amontonaban
y soñaban que despertaban en verano
temblaban cuando los corrían los fantasmas
hasta los bordes del vértigo
y en la justicia de los sueños
eran absueltos del miedo a la caricia
Tres.
En el placer de los perros
se derrumbaban los alrededores
la lengua sabía a mares innombrables
se hundían
como espinas
en el barro.
traían el sueño
la ceguera
el tacto oscuro
era un puro ir y venir
donde se hamacaba
a destiempo
la carne
Cuatro.
Y si llovía
los perros salían a tomar la lluvia,
abrían la boca
apuntando al cielo,
mordían las gotas,
atrapaban al agua con la lengua ansiosa.
los perros salían a tomar la lluvia,
abrían la boca
apuntando al cielo,
mordían las gotas,
atrapaban al agua con la lengua ansiosa.
Y cuando se daban cuenta
de cada mordiscón
vacío,
de las pobres dentelladas
al aire,
cuando mordisqueaban
ya arrepentidos,
bajaban la cabeza
y tomaban de los charcos
menos frescos y más sucios
las sobras de las nubes,
la borra de los cordones de las veredas
y a la boca se le iban
las hojas secas,
los pedazos de cosas que el barrio abandonaba.
y tomaban de los charcos
menos frescos y más sucios
las sobras de las nubes,
la borra de los cordones de las veredas
y a la boca se le iban
las hojas secas,
los pedazos de cosas que el barrio abandonaba.
Al final
oliendo a ese olor oscuro,
se sacudían el cuerpo,
manchaban las paredes,
buscaban cualquier techito.
oliendo a ese olor oscuro,
se sacudían el cuerpo,
manchaban las paredes,
buscaban cualquier techito.
Y a veces
lloraban
por si alguien abría la puerta.
por si alguien abría la puerta.
Cinco.
La mugre sin hogar
sin telarañas
que huele a mapa baldío
a hoja sin río
que suena a grito arrojado al agua
no muerde el perro que ladra
contra el cielo
Seis.
Recién aparecidos
empujan desde un eco manso
histéricos de sed
ciegos de hambre y de luces
crujen hacia el viento
dan cuerda
palpan la herida que los expulsa
inauguran el grito
existen
Siete
A veces huyen de un gato dormido
corren entre tropiezos
contra el reloj que siempre poco o demasiado
no deja de llover en los días en que los perros escapan, olvidados por la huella del lobo,
provistos apenas de un aullido, que lanzan al sol detrás del cielo
ya enterraron los huesos
Ocho
Cuando iban a morir
es decir
cuando lo sabían
cuando de repente
les caía encima la certeza
intentaban llenarse los ojos
como si fueran dos manos infinitas
de las cosas que creían haber tocado
alguna vez
dormidos.
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