Un jardín



Yo habité un jardín
donde las nueces
caían del árbol
antes de madurar
mucho antes.
En el suelo conservaban
su piel lisita y verde
que había que dejar ir
con el viento y el sol
o a veces con la lluvia.
Recién ahí partirlas
en dos mitades imperfectas
que crujían oleosas en la boca.
Cuando  las olvidábamos
una sombra les crecía adentro
y al abrirlas a destiempo
esparcían el polvo rancio de las horas.

Yo habité un jardín
con un árbol de peras
desabrigado a cualquier hora
de cualquier día
torcido y flaco
lleno de manchas
grises y redondas,
que igual paría unas pocas flores
que se volvían carne verdeamarillenta
siempre dura y rota.

Yo habité un jardín
donde un ciruelo
frágil al viento
otoño en el verano
perdía en cada tormenta un brazo
e igual daba su guerra
para llegar antes de la lluvia
y contra el hambre.

Un jardín
que prometía
futuro y flores
en un durazno
que iba a ser redondo y dulce
a romperse el medio
jugoso y manso
pero las tiritas
del papel metalizado
no espantaron a los pájaros
y además llovió tan poco ese verano.

Yo cuidé un jardín
con olor a invierno
cuando en la piedra
quebrada del cantero
nombraba la menta su paisaje
hacía su nido fresco
sin miedo de la escarcha.

Besé en un jardín
mi propio nombre
mi infancia verde
en el laurel
en sus flores amarillas
en su violento perfume
en su memoria con sabor a guiso
toqué los hachazos
que fueron combatiendo sus conquistas.

Yo habité un jardín
con un nogal
con un peral
un duraznero
con un níspero
un árbol de castañas
con menta
y una huerta un septiembre
con una enredadera
de flores amarillas
con perros juntados de la calle
con un laurel
que otros podaron.

Yo habité un jardín
como quien hace
los gestos correctos
en el lugar errado*.




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