La caza del pez


Y el agua vació los ríos,
partieron bajo el sol las sombras,
arrastrándose en dos patas,
abriendo grande las bocas
para dejar entrar las luces.

En la noche blanca y sucia
gritó el silencio de los metales,
el búho cerró los ojos,
callaron los grillos y los lobos.

Tendrán que cruzar el campo a nado,
cosechar el barro seco
y entre el trigo azul
comer la niebla,
hasta que se angoste la amenaza.

Vienen los cazadores
llenos de hambre,
anotarán entre sus hazañas
la viva muerte de estas horas.
Pero antes
han de acariciar sus armas
como si besaran
el alma de un niño.

Se oye el color de sus pasos
chapotean en la arena
clavan algodones
en la orilla del cielo resbaloso
que ha quedado.
Las manos se les alivian
cuando los relojes vuelven
hacia atrás su marcha.

Hay todo el tiempo en ese instante.

Será una noche larga
para los presos del viento
que irán entre las piedras
ahogándose los huesos.
Los peces florecerán con alas
pesadas como yunques.
A la hora en que el sol
abra la noche
los cazadores izarán sus anzuelos desafilados
y como telas de araña
los hilos transparentes
abrirán el aire espeso.
Perfumará el desierto la carnada
igual que un durazno verde.


Después
antes de que las estrellas
despierten a los gallos
presa y verdugo harán un llanto tibio
allí brotará un mar
al que irán a morir
unos y otros.

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